Los católicos extranjeros en Rusia tienen miedo:
¿Quién será el próximo?
El padre Jaroslav Wisniewski es uno de los siete católicos extranjeros recientemente expulsados de Rusia (seis sacerdotes y un obispo). Desde su exilio en Japón, escribía estas líneas, el pasado 11 de septiembre, triste aniversario de fundamentalismo, que –advierte– «tiene demasiado en común con lo que está ocurriendo hoy en Rusia»
Nací em Rypin, cerca de Torun (Polonia) en 1963. Fui ordenado sacerdote en 1991 y enviado a Rostov del Don (sur de Rusia) como misionero. A los ortodoxos no les gusta las palabra misionero, pero ya sabemos que hay muchas palabras que entienden de forma muy diferente a los católicos. Por ejemplo, palabras como territorio canónico o proselitismo.
En Rusia, viví durante mucho tiempo en condiciones de mucha pobreza. Éramos un equipo de tres valientes religiosas misioneras y yo; carecíamos de los medios financieros necesarios. El ecumenismo estaba siempre presentes, porque las hermanas se consagraron a él y el obispo de Moscú nos instruía en este espíritu. Seminaristas españoles y voluntarias laicas de la Milicia de Santa María nos ayudaron mucho durante sus vacaciones de verano para que pudiéramos sobrevivir. Su hospitalidad y generosidad, durante mis visitas a Madrid, fueron también de gran ayuda. Otras ayudas llegaron después de mis cartas circulares, que ante todo eran testimonio de nuestro trabajo y pedían oración. En 1997, resulté herido en un accidente de coche y estuve a punto de morir. Me preguntaba cómo era posible que siguiera con vida. La respuesta llegó en marzo de 1998: el Vaticano eligió a dos nuevos obispos, y yo propuse ejercer mi ministerio bajo el obispo Mazur, en Irutsketia, la diócesis más alejada. Él me propuso inmediatamente que organizara y rigiera parroquias en Chiita y Petropavlovsk (separadas por más de 400 kilómetros), y se me invitó a encargarme de la construcción de la iglesia de Sakhalin.
Nunca pretendí atraer a ortodoxos, ni siquiera a protestantes, al catolicismo, pero sí trabajé mucho por construir una amistad. Mandé muchas cartas en Navidad y en Semana Santa con saludos a la gente corriente, a los sacerdotes, e incluso a los obispos ortodoxos y protestantes. Ahora se me acusa de proselitismo. Especialmente después de mi entrevista en televisión en Kamchatka (primavera de 2000), donde afirmé que Rusia, en el período de Kiev –hoy capital de Ucrania, es la cuna de Rusia–, recibió el bautismo de la Iglesia única y universal en 988. En ese tiempo, la Iglesia no estaba dividida en católicos y ortodoxos. Esa división comenzó en 1054 en Grecia, y lentamente llegó a Rusia. Parece divertido el hecho de que ese hecho histórico es uno de los argumentos favoritos en las declaraciones oficiales del portavoz del Patriarca ortodoxo (el arzobispo Cirilo Gundaev, de Smolensk-Kaliningrado), y que precisamente fuera ésa la excusa para que me expulsara la policía rusa de inmigración. Ningún país, excepto algunos musulmanes, permiten que la jerarquía eclesiástica intervenga en los asuntos de otra religión, o que aconseje a la Oficina de inmigración acerca de si uno debe poder trabajar o no en el país.
El pasado 9 de septiembre, en el aeropuerto, un funcionario de inmigración destruyó brutalmente mi visado. Pasé toda la noche preso en una sala, sin lavabo, cama ni comida, hasta que llegara la hora del vuelo a Japón de la mañana siguiente. Se me prohibió hablar con cualquiera de los sacerdotes, hermanas o parroquianos que trabajan en Khabarovsk. Algunos de ellos tenían miedo de que, si contactaban conmigo, tendrían problemas en el futuro. La historia que me sucedió es una de las 5 tristes aventuras ocurridas recientemente en las fronteras rusas. En abril les pasó al padre Stefano Caprio (italiano) y al obispo de Siberia Oriental, monseñor Mazur (polaco); más tarde (en agosto), al padre Krajnik (eslovaco), y un día después que a mí, a mi amigo de Rostov del Don padre Edward Mackiewicz, un salesiano a quien se le prohibió regresar a Rusia después de sus vacaciones en Polonia. 280 sacerdotes, y en torno a 300 religiosas, extranjeros que trabajan en Rusia se preguntan quién será el próximo expulsado.
Necesitamos mucho vuestra solidaridad y oraciones. La expulsión del obispo Mazur altera mucho la existencia normal de las jóvenes comunidades católicas siberianas. Algunas personas pueden tener la sensación de que ha vuelto el terror característico del nihilismo estalinista de 1936. Quienes recuerdan ese período pueden tener miedo de volver a la iglesia y pensar que la libertad religiosa sólo fue una leyenda temporal, inventada por la KGB, para dar una imagen propagandística internacional de un país democrático.
Hoy, 11 de septiembre, es el triste aniversario del fundamentalismo musulmán. Oremos con las mismas palabras de casi todas las religiones (incluida la ortodoxia de Moscú), pidiendo que ninguna religión tenga nunca la pretensión de gobernar a las otras. Las religiones no deben transmitir ideas fundamentalistas para los fanáticos. Rememorando en mi mente todos estos 10 años de experiencia en Rusia, podría tener muchas objeciones y miedos sobre el tipo de cristianismo que representa una parte de la jerarquía ortodoxa. ¿No son las declaraciones inamistosas del Patriarca Alejo II contra el Papa un fuerte obstáculo para que pueda responder a las invitaciones de Gorvachov y Yeltsin, y visitar Moscú y a los católicos del país? ¿No son esas declaraciones un argumento para que se expulse de Rusia a extranjeros como yo? ¿Va a ser el próximo paso el insulto, o incluso el asesinato de católicos?
Por favor, creedme: no estoy exagerando. Los católicos vivieron bajo esas condiciones durante dos siglos (en tiempos de los zares). Se expulsó a sacerdotes, se encarceló a obispos, hubo asesinatos en iglesias, y por desgracia muchas personas pretenden restaurar ahora ese papel de la ortodoxia como religión de Estado.
No tengo intención de culpar a toda la ortodoxia, pero alguna parte parece realmente enferma. Nos odia y necesitamos la solidaridad de todos los católicos, y de las personas que creen en los derechos humanos, para que hablen sobre ello, para que recen y para que estos sucesos se impidan en el futuro. Rusia debe comprender que, si ignora la Declaración Universal de los Derechos Humanos (respeto a toda fe y creencia), perderá los tesoros de la democracia. ¿Por qué tienen que ser perseguidos los católicos en Rusia, igual que en 1936?
Jaroslav Wisniewski